Maravillosas palabras de un hombre llamado Raúl Llusá:

"La montaña representa para mí un entorno en el que puedo tomar absoluta conciencia de mi creaturidad. Percibo, con mis cinco sentidos, la hermandad real de todo mi ser con el entorno.
Y se establece entonces una relación celebrante entre ese entorno y mi espíritu. No voy a la montaña para hacer deporte. De hecho, quienes me conocen saben que de ninguna manera soy ni me considero un deportista. Tampoco voy atraído por lo desusado, lo original o lo distinto. 
Máxime cuando en los últimos años los deportes de montaña se han extendido masivamente, y hoy son cada vez más los que se acercan a los cerros para vivir esta experiencia inefable.
No voy para ser diferente. No me quiero diferenciar del resto por haber aprendido a disfrutar y conocer la montaña. Ni soy más, ni mejor, porque busque las cumbres, los neveros o los filos azotados por los cuarenta bramadores. No desarrollo esta actividad para decir "Yo llegué, otros no pueden". Además, yo mismo estoy impedido de llegar a muchos sitios a donde otros han llegado y llegan.

No voy para competir. La competencia constante, la continua autocomparación, tiene que ver más con una necesidad de afirmación adolescente que con la serena alegría de ser quien se es. Ni más, ni menos. No. No voy a la montaña por nada de eso.
Voy a la montaña porque la amo, porque en ella me siento viviendo en plenitud, con la sangre fluyendo violentamente en mis venas. En la montaña soy feliz, en la montaña -lo repito- me siento hermanado con el resto de las criaturas.
Si consigo alguna diferenciación, no es, ciertamente, por la performance deportiva. En todo caso lo que me diferencia es esta forma de percibir lo natural. Lo cual no me hace ni mejor ni mas sabio. Simplemente me permite disfrutar de manera intensa algunas sensaciones que otros no han descubierto, o que habiéndolas descubierto, no las han elegido para buscarlas y amarlas.
No creo que este deporte consista, por todo lo dicho, en aproximarnos a la montaña "utilizándola", convirtiéndola en un "medio útil" para conseguir un fin. Como el ya mocionado de sentirnos mejores que los demás, sea porque llegamos hasta lugares inaccesibles; porque soportamos dificultades especiales, o porque conocemos la manera de movernos en ambientes inhóspitos para el común de la gente.
Cualquiera que se sienta mejor, o más que otros, por esta circunstancia, debería recordar que todos somos "buenos" en algo. Y que cada quién tiene -y está llamado a ocupar- su lugar en el mundo. Y que si nosotros tenemos el mérito de haber descubierto las bondades de esta actividad, y somos razonablemente idóneos en ella, millones de otras personas se destacan en numerosas otras cosas, y aún más: seguramente habrá algunos miles de personas que sean mejores que nosotros incluso en el montañismo.
Por ello, intento siempre no instrumentalizar a la montaña mas de lo estrictamente necesario. En todo caso, es un instrumento para alcanzar en ella, y a través de ella, una profunda felicidad, causada directamente por ella. Soy feliz no por haber llegado hasta aquí, a donde pocos llegan, sino por haber llegado hasta aquí, hasta este lugar tan bello y particular. Las dificultades superadas me agregan alegría, por supuesto. Pero no está en ellas la fuente de la felicidad, sino en el hecho de poder disfrutar, en el mismo sitio, tantas maravillas.
Hay muchos que no entienden por qué amamos tanto el placer de estar en la montaña, tan emparentado con el sufrimiento físico de las trepadas, del clima, de las privaciones. Es, realmente, paradojal, ya que las mismas dificultades contribuyen en parte a nuestra alegría. Repito: no por mero espíritu de competencia, sino, en todo caso, por el vencimiento de nuestras propias debilidades, nuestros propios miedos, nuestras propias limitaciones. Trepando, crecemos. Ascendemos a nuestra plenitud (...) "

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Gracias Oscar. Gracias Ale.
A ellos, dedicados hasta el fin de los tiempos, cada uno de mis pasos.

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